I
La selva oral
Nuestro amargo subtropical melancólico con bo-
ca de serpiente canta en el embarazo de
los ríos.
Ponedle una flor de agua a su veneno,
a su circulación maldita y pequeña,
a su labor de vendedor de bananas a las orilla
del río diario de azúcar, de sífilis, de
sonido
La selva liviana
El sonido de un tren que se ahoga en la catarata
de las hojas.
Al fondo de la selva liviana y los cocoteros se
hunde el nivel del llanto,
el peso entero de los sueños.
Peso entero del saco de perfume de la gracia.
Estoy entre la espada del paisaje y el ladrillo
caliente del olvido,
viajando con un ardor de joya y sangre.
Escuchando el aullido de mi candor: mi nueva
fiesta.
A paladas, silbatos.
El tren se encierra en si al borde de los esteros
nocturnos.
Su polvo ciudadano tiene miedo a la gran hu-
medad e la tierra,
al aire calidamente eléctrico,
a los cisnes del negro vapor nocturno de la he-
rida del mundo.
Rehén de la colina
Oh candoroso embriagado entre loros,
entre isletas subiendo hasta el nivel de la colina,
canta en tu boca el canto ardiente de otra boca,
y cuando la sangre sube hasta tus ojos es
porque están quebradas todas las fulguraciones
del sollozo en tu pecho.
Canta, viejo rehén de la colina.
Arde, candoroso de alcohol negro, que con palmas
salvajes tienen hijos que retornan al viento,
al gemido del clima en el olor áspero y cruel
de las arañas del estero,
en aquel paisaje de cristal desprendido del fuego.
Asombra al mundo en un paisaje de enero,
oh demente,
oh luz de la humedad.
Ah colgado sediento de unos ojos,
duerme, duerme bajo la luz del padre al otro
extremo del poder y la delicadeza.
En tus ojos la berlina del viaje amarillo arde
helada.
Beso tras beso el pasajero toca la raya de ácido
caliente del retorno.
Sé piadoso con el otro limite de tu fragilidad,
padre aletargado por el sol,
presión de la locura de una tierra suspendida en
la tela del agua y del fuego.
Lagrimas de un mono
Yo quiero cautivar tu desesperación, oh mono
adiós.
Tiemblas tanto en tus islas negras, oh mono
adiós.
En los embarcaderos el color encendido en tus
ojos tiene tanta fe.
Oh mono, retén el equilibrio de tu asombro.
Yo ya tiemblo en tus islas, mono adiós.
Tu odio virginal es idéntico a cuando se cruza
mi alma con el mundo.
Cenit con reportaje
Carruaje celeste e la cuadrilla del sol se de-
rrumba en las laderas calientes.
Con un don infernal de encanto y de sonido
lloras entre los hombres tu desacuerdo con
el lenguaje,
con el manantial de la luz diaria erguida que el
hombre pobre reparte entres sus hijos.
El riesgo de la verdad
Caes en mí como una brusca levedad del clima,
del agua,
de una oblicua y desterrada colina,
castigo delicado de un paisaje solamente hollado
por su propia demencia.
Mi desnudez asume así tu cálido cristal
y se destina más al fondo del celo con piel son-
riente candente de tu herida.
Adorada mía tapizada de rayos,
con tu colina bajando todas las aguas de la
locura.
Niña mía, con la boca cargada del esplendor del
plátano, alguien,
alguien tiene que depender del canto.
Pasajera mulata
Mulata, lo radioso está totalmente entregado al
movimiento.
Amor es tu piel de pus de vidrio repartiendo
los dones calientes de la vida,
Dando a cada mundo su parte,
a cada hombre su parte.
Los rieles vegetales (La selva liviana 3)
La imaginación arde envuelta en las ruedas de
un tren desorientado.
Bananas y bananas caen al aire.
Una mujer desnuda, una escopeta en un templo,
roe lentamente en el anillo de su corazón.
Frutera de la desgracia, frutera del destino.
El tren marítimo
El horizonte con el astro volteado como un viejo
padrillo entre las rosas.
Mi piel de fantasma atormentado por tanta ma-
durez.
Mi sed de carozo astral donde desangran los te-
soros del mar y de la tierra.
Turistas
Ella es como el cautiverio de una gran perla
con gran pánico.
Y ese campesino formidable e imbécil que la
acompaña, con cierto hedor lejano de
radiante lepra.
Mala suerte redonda y letal de esa enorme mu-
jer donde se aspira la criatura y el diamante.
Plaza de viajeros
Y dominemos.
Las aventuras tiemblan junto a los carruajes.
Enderecemos nuestras esclavas hacia el candor.
Están apostadas como leves mujeres hienas con-
tra las rudas de septiembre
y parecen estar corrompiendo el pudor de un
pasajero de alto rango,
un caballero blanco en sus anillos y en sus ojos.
II
La propia vida
Después de muchos días de ausencia quiero vol-
ver a corromper el mundo.
Iniciemos otra vez mi antiguo hombre,
otra vez a mi amor.
Otra vez el que cambiaba segundo a segundo.
Una manera de amar me sacude la belleza.
Fuera de horario
Las máquinas del transporte automotor se des-
nivelan en mi alma
y tu tienes que corromperlas con tu gracia.
Guitarrera dormida en los planteles junto a mi
ventana, acostúmbrate a que quiero via-
jar siempre con el origen del amor en mi
pecho,
junto a la tolerable delicadeza terrestre de los
trenes.
El alba es necesaria
El ejercicio lejano de los resplandores de los
trenes,
una equivocación del puro deseo entre la niebla.
Tarda en caer cantando el último tranvía de
la noche.
Ah ciudad de locura gastada, la pequeña ra-
mera aún necesita de la aurora perfecta.
Y yo espero con mi manantial de ácidos de sol.
El comercio solar
Limpiamente destituido en el fuego, alúmbrame,
alúmbrame obrera del día.
Entre los animales y los hombres, debajo de es-
tos paraguas para el sol me estremece el
ladrillo,
la cal viva del niño.
Estos que me limitan y hace pequeño el canto.
Los juegos de la playa
Una juventud huía alegre hacia los campos de
gracia.
Inútil hubiera sido corresponder a esa hermo-
sura sin intentar esa lascivia con un agua
encendida en las paredes del alma,
con una veloz carrera de soldado hacia las mar-
genes del mar.
Y un envilecimiento radiante del deseo.
Turista débil
Ultima pasajera atravesando el puente moderno
de la tierra a la sombra,
con sombrilla de té de atardecer.
Los peldaños infinitos
Allí, junto a la escalera sin edades,
rompiente para cualquier cultura ardiente de
los pechos,
tu, incrustada en el ataúd de los relámpagos.
Triste suerte de mi alma frente a esta larga
aparecida.
El verdadero país
¿Es otra la alegría?
Por las veredas ardientes de pronto me estre-
mezco de mi armonía en este instante.
¿Qué atentado lúgubre arroja el equilibrio de
su claro destino?
¿Qué mecánica de orden inclemente y perfecto
sonido,
que irrupción metálica de golpe nos devuelve a
la sombra de las canallas herencias del sol
negro?
Tiembla el asilo de la vida.
Virtuoso bebedor del agua del diamante, tién-
dete a bramar contra el enorme globo ro-
jo de la idea.
Ese tambor de sangre es tu país.
A un poeta y amante oficial
Le digo a una mujer que se estremezca ante dios
como ante una culebra en el amanecer.
Que sienta que la ley es como un vestido viejo
ceñido por cobardes alrededor de su cin-
tura.
Tejido dedicado de la miseria.
Mosquitero de la sangre obediente contra las
deidades dulces de un trópico de carne,
vidrio y ocio.
Cristal de la comedia contra los alaridos de
los puros.
Traidor de la delicadeza del instinto.
Pretendiente bólido del diamante principado
del arte.
Amigos peligrosos
¿Y cómo no adoráis a esos hombrecitos que en-
loquecen de andrajos al final de sus años?
Demonios de los cristales, con la baba celeste
de la demencia en el cerebro.
Kleist, Hölderin, sentáos mis amigos al borde
del color de verano sonriente de mi cama,
en mi habitación de luz color de ojos de can
colérico al borde del pantano.
Mi habitación con el perfume de la luz.
El nuevo testamento
Graciosa mía, tiernísima apostada contra el ve-
rano sordo,
Ofréceme en tu pecho un bello hilo de fuego
para grabar mi historia sagrada.
La bella y la sociedad
¿Por siempre ya la bella criatura destrozará mi
suerte con sonidos sentimentales?
Oh tribu cobarde en el corazón del mundo,
que largamente permitido el exceso en mi co-
razón.
Yo, por siempre, ya más en ti, electricidad ino-
cente del año,
barrido por la memoria de lo puro,
frente a una gran corriente de besos en el pá-
nico a veces tan ridículo de las criaturas,
o minuto a minuto liquidando nuestra gracia de
tormenta.
El viaje del lobo
Un lobo transporta un pedazo de amor muerto,
eva en uno de sus ojos acostada también a la
amada.
¿Será porque cuando es tarde ella se pudre
también en lo estático,
o porque el viaje es tiernamente bello en los
ojos del lobo?
Ah, lobo, sentado como un señor de ojos de fuego
en la berlina,
corrompe con tus pupilas la espalda jorobada
del postillón que babea.
Una bella santa y bárbara en la colina despide
a una idea,
con los caballos del recuerdo arranca hacia la
perfección de la tierra,
las ruedas giran dirigidas por la caridad de estos
seres del infierno.
Postillón, oh hermano de su casa, ah perro que
boquea la peste del desamor entre sollozos.
Ah lobo de pecho raso, dirígelos con la ternura
de tus dientes.
La criatura ha conducido todo el año con sus
vestidos que se pudren.
Arte poética
No podríamos sostenernos con esta piel y este
polvo gemebundo, guitarrera de grandes
desgracias.
Solo no hay trampa para la orden de hacer fue-
go hasta que todo arda.
Los puentes están artillados y solo los cruzan
caballeros blancos vestidos con el aire de
un muerto que posee la victoria final.
Totalmente entorpecidos por la belleza de su
sangre.
El pequeño patíbulo
Y serán pasaje en tu alma.
Ten el valor perfecto de tu gracia, criatura para
errar con tu alegría al fondo del orgullo,
con un valor de jubilo sordo para cantar a lo
perdido
Cuando ya se ha cruzado en la memoria el pe-
queño patíbulo vibrando para la suerte de
onza de odio
del encaminado.
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