Nueva arte poética
No soy el espectral, ni el sangriento, ni el cautivo,
ni el libre, ni el trompudo de labios de lata, ni el
acordeón del mar-ayer, ni la blancura del futuro,
ni el bobalicón del espacio, ni la academia de los
astros, ni el planetario de las correspondencias.
Yo soy aquel que tiene los deseos del celo de la tierra.
Aquel que tiene las cabellos del lado del amor.
El peinador de los pocos retratos de la desgracia.
El cacique de la boca arrojada sobre el lecho de
la mujer que sangra.
¡Manantial para mis heridas!, que no son más que
cosas de hadas.
¡Buen beber para mis ojos!, que no son más que
sombras de desgracias, devueltas por el agua.
¡Loor terrestre a mis amigos y hermanas con temblores
de bocas de duraznos, besadas por el agua!
Apariciones
I
¿Vuelas con un retrato de ataúd con cuerpo de doncella?
Visitante de la vida del sueño.
¿Traes el cuerpo libre para cantar con la guitarra?
II
A veces el invierno se adelanta en los lugares
subtropicales.
Y no he visto jamás tanta delicada esperanza como ésta.
III
No quisiera despertar nunca de la extrema delicadeza
que hierve en os depósitos de los grandes inviernos.
IV
Potrillos de oro sanguineo y asombrado. Mas altos que el
invierno.
V
Un día llueve, y al día siguiente el invierno luminoso es
cálido.
¿La lluvia? Tétrica, pero rica, no pervertida.
VI
Este invierno he descubierto que hay palmeras celestes.
Extrañas. Con una ferocidad solar y lunar. Y sin nombre.
VII
Debe importarme el agua y el color.
Nada más.
Y la noche, cuando el agua desembarca todas las
apariciones.
VIII
Agua mía, floreada por el sol, el invierno es tu niño con
fiebre.
El niño que solo vende sus ojos a los sueños.
IX
Te odio, hechicera invernal que envenenas el estanque.
Te adoro, impura deseosa de los cuentos:
hada del sexo infantil.
X
Oh coraje y transparencia y peso y brutalidad celeste
del invierno en enero.
Como se descuelgan los monos para crecer y beber
en el color sagrado, mientras duermo mi sueño
brillante,
cautivo del estero.
Aparición duerme
El invierno es de fuego y alumbran las linternas del oso,
las líneas del diablo, y el cuento de la selva en los
ojos rasgados de topacio de la bella Aparición.
Carta de enero
I
Tengo ganas de leer algo hoy.
Me sangra la poesía por la boca.
Yo era estudiante y me adoraba la Naturaleza,
pero estaba olvidado,
me hería la plenitud del Universo,
y ahora te sacudo a ti, montes de cabellos rojos,
tierras paradas en aguardiente correntino,
grandes balsas de agua alojadas en la boca.
El pavor es celeste, el líquido terreno es fuego,
los pavos reales han sido capados por el sol,
y yo ando por la siesta:
provocador de las grandes fuentes sombrías,
alojado en la voluntad animal.
II
¿Dónde pedir auxilio sino en la Tierra?
El mar es un cantor inseparable.
Pero tú tienes también llamaradas acuáticas,
Tierra.
¡Acuarelas para quién sabe qué candor!
Yo soy un niño y nadie me podrá recibir,
pero tengo coraje
y ese nativo puro que arroja los paisajes
por la nariz.
Tengo un collar para todo lo que arde.
III
¿El alba guaraní gime en mi memoria?
¡Oh francés degollado por las aguas!,
en las exs bocas e las puntas celestes
del paisaje desprendido.
Sin duda nadie cuida de mi memoria,
ni le selecciona parajes ardientes.
Nadie utiliza mi falta de elegancia
cuando expiro con la leche de las frondas
sedientas.
Yo no quiero cantar países natales
sino medallas de carne de sol,
telas de la naturaleza,
conciertos de las tumbas salvajes
hijas de la ternura natural.
IV
Cuando se definen las estaciones también se define
el corazón del hombre. Y el color, el que
produce el fuego, se estaciona con la temporada.
VII
El mar, mi gran linterna de esmeralda.
VIII
Ese mar que en las islas parece de durazno.
IX
Esas palmeras engarzadas, esas palmeras hechas
joyas entre si.
X
La taza del poniente natural con palmeras.
XVII
La Poesía ¿qué es?
Un hada bellísima, fanática, feroz, puesta sobre
la tierra exclusivamente para salvar al amor
humano y todos los amores.
II
Si me encuentro es en un sollozo, viajando.
Canta el emperador del donaire.
Sus lujos son amorosos y odiados por los asesinos.
Su tela de la vida está hechas de frutas y de aguas
codiciosas.
Su codicia es ideal en medio de una bocanada de sangre.
Alumbra al bruto, oh Príncipe Natural de la Delicadeza.
III
La FANTASMA
Es el aire ferozmente acariciador, el aire de la muerte.
¿Y la Poesía?
Pasa en un gran vagón que sale de los esteros.
IV
Todo era un infierno de cabellos y entrañas.
¡Un cuento para mi loca sangre!
Las hadas primitivas y ardientes tal vez me hubieran
salvado.
En el aire, en las ondas, han quedado los amores de sus
ojos.
Y yo soy una victima de ellos.
V
Yo he encontrado unos rastros del azar,
Unos rastros luminosos y heridos.
Fantasmas del poder y de la delicadeza.
Oh viajeros de la leyenda del amor.
Yo canto mi canto para un rostro,
Para un paso de luto solar,
Para una ligereza de labios con el sol de la muerte.
Sociedad natural
I
En esta tarde en que llueve sobre el estero, emerge
un espejo húmedo y escarlata-dorado frente
a mi memoria.
Es el espejo del mirar de los hombres que, absorbido
por los paisajes aún tropicales, devuelve al alma
la delicadeza de una orfandad enfrentada con
el honor de estos hombres y con el ingrato valor
de sus miradas.
II
En la naturaleza mas huraña y escondida a veces se
reflejan, como en un húmedo cementerio de
semblantes, todos los movimientos de las ciudades
supercivilizados.
Un olor a miserias de Estafas inferiores se pudre en
el resplandor del atardecer acuático, bordador
de serpientes.
En las arañas de los juncos crece y llora un mendicante
corazón de amor, y un ardor de mujeres estropeadas
por una fiebre oscura se sumerge en el cristal
podrido de la maraña.
arriba, el trueno canta, pero ya derrotado por el
deplorable amor de estos hombres.
III
La muerte había largado toda su sangre en el estero.
De golpe sentí terror frente al corredor donde soñaban
los hombres bebidos con un alcohol descolorido
y amargo.
¿Y los otros? Los del sol, los ciudadanos del movimiento
y del orden, ¡qué conocen el sol! Solo un día
impuro y grosero, sus irradiaciones para mercaderes,
sus brillantes exteriores ajados por el espacio.
IV
Las Estafas vomitaban en la muerte del día, y sólo las
amparaban los pantanos mas negados por el sol.
El trueno había caído, pudriéndose en el único rincón
maldito del estero.
Sólo en el techo de alguna palmera el espeso mear de
un tigre se recogía, encendiendo una gran lámpara
que ayudaba a maravillarse a la pradera.
No soy el espectral, ni el sangriento, ni el cautivo,
ni el libre, ni el trompudo de labios de lata, ni el
acordeón del mar-ayer, ni la blancura del futuro,
ni el bobalicón del espacio, ni la academia de los
astros, ni el planetario de las correspondencias.
Yo soy aquel que tiene los deseos del celo de la tierra.
Aquel que tiene las cabellos del lado del amor.
El peinador de los pocos retratos de la desgracia.
El cacique de la boca arrojada sobre el lecho de
la mujer que sangra.
¡Manantial para mis heridas!, que no son más que
cosas de hadas.
¡Buen beber para mis ojos!, que no son más que
sombras de desgracias, devueltas por el agua.
¡Loor terrestre a mis amigos y hermanas con temblores
de bocas de duraznos, besadas por el agua!
Apariciones
I
¿Vuelas con un retrato de ataúd con cuerpo de doncella?
Visitante de la vida del sueño.
¿Traes el cuerpo libre para cantar con la guitarra?
II
A veces el invierno se adelanta en los lugares
subtropicales.
Y no he visto jamás tanta delicada esperanza como ésta.
III
No quisiera despertar nunca de la extrema delicadeza
que hierve en os depósitos de los grandes inviernos.
IV
Potrillos de oro sanguineo y asombrado. Mas altos que el
invierno.
V
Un día llueve, y al día siguiente el invierno luminoso es
cálido.
¿La lluvia? Tétrica, pero rica, no pervertida.
VI
Este invierno he descubierto que hay palmeras celestes.
Extrañas. Con una ferocidad solar y lunar. Y sin nombre.
VII
Debe importarme el agua y el color.
Nada más.
Y la noche, cuando el agua desembarca todas las
apariciones.
VIII
Agua mía, floreada por el sol, el invierno es tu niño con
fiebre.
El niño que solo vende sus ojos a los sueños.
IX
Te odio, hechicera invernal que envenenas el estanque.
Te adoro, impura deseosa de los cuentos:
hada del sexo infantil.
X
Oh coraje y transparencia y peso y brutalidad celeste
del invierno en enero.
Como se descuelgan los monos para crecer y beber
en el color sagrado, mientras duermo mi sueño
brillante,
cautivo del estero.
Aparición duerme
El invierno es de fuego y alumbran las linternas del oso,
las líneas del diablo, y el cuento de la selva en los
ojos rasgados de topacio de la bella Aparición.
Carta de enero
I
Tengo ganas de leer algo hoy.
Me sangra la poesía por la boca.
Yo era estudiante y me adoraba la Naturaleza,
pero estaba olvidado,
me hería la plenitud del Universo,
y ahora te sacudo a ti, montes de cabellos rojos,
tierras paradas en aguardiente correntino,
grandes balsas de agua alojadas en la boca.
El pavor es celeste, el líquido terreno es fuego,
los pavos reales han sido capados por el sol,
y yo ando por la siesta:
provocador de las grandes fuentes sombrías,
alojado en la voluntad animal.
II
¿Dónde pedir auxilio sino en la Tierra?
El mar es un cantor inseparable.
Pero tú tienes también llamaradas acuáticas,
Tierra.
¡Acuarelas para quién sabe qué candor!
Yo soy un niño y nadie me podrá recibir,
pero tengo coraje
y ese nativo puro que arroja los paisajes
por la nariz.
Tengo un collar para todo lo que arde.
III
¿El alba guaraní gime en mi memoria?
¡Oh francés degollado por las aguas!,
en las exs bocas e las puntas celestes
del paisaje desprendido.
Sin duda nadie cuida de mi memoria,
ni le selecciona parajes ardientes.
Nadie utiliza mi falta de elegancia
cuando expiro con la leche de las frondas
sedientas.
Yo no quiero cantar países natales
sino medallas de carne de sol,
telas de la naturaleza,
conciertos de las tumbas salvajes
hijas de la ternura natural.
IV
Cuando se definen las estaciones también se define
el corazón del hombre. Y el color, el que
produce el fuego, se estaciona con la temporada.
VII
El mar, mi gran linterna de esmeralda.
VIII
Ese mar que en las islas parece de durazno.
IX
Esas palmeras engarzadas, esas palmeras hechas
joyas entre si.
X
La taza del poniente natural con palmeras.
XVII
La Poesía ¿qué es?
Un hada bellísima, fanática, feroz, puesta sobre
la tierra exclusivamente para salvar al amor
humano y todos los amores.
II
Si me encuentro es en un sollozo, viajando.
Canta el emperador del donaire.
Sus lujos son amorosos y odiados por los asesinos.
Su tela de la vida está hechas de frutas y de aguas
codiciosas.
Su codicia es ideal en medio de una bocanada de sangre.
Alumbra al bruto, oh Príncipe Natural de la Delicadeza.
III
La FANTASMA
Es el aire ferozmente acariciador, el aire de la muerte.
¿Y la Poesía?
Pasa en un gran vagón que sale de los esteros.
IV
Todo era un infierno de cabellos y entrañas.
¡Un cuento para mi loca sangre!
Las hadas primitivas y ardientes tal vez me hubieran
salvado.
En el aire, en las ondas, han quedado los amores de sus
ojos.
Y yo soy una victima de ellos.
V
Yo he encontrado unos rastros del azar,
Unos rastros luminosos y heridos.
Fantasmas del poder y de la delicadeza.
Oh viajeros de la leyenda del amor.
Yo canto mi canto para un rostro,
Para un paso de luto solar,
Para una ligereza de labios con el sol de la muerte.
Sociedad natural
I
En esta tarde en que llueve sobre el estero, emerge
un espejo húmedo y escarlata-dorado frente
a mi memoria.
Es el espejo del mirar de los hombres que, absorbido
por los paisajes aún tropicales, devuelve al alma
la delicadeza de una orfandad enfrentada con
el honor de estos hombres y con el ingrato valor
de sus miradas.
II
En la naturaleza mas huraña y escondida a veces se
reflejan, como en un húmedo cementerio de
semblantes, todos los movimientos de las ciudades
supercivilizados.
Un olor a miserias de Estafas inferiores se pudre en
el resplandor del atardecer acuático, bordador
de serpientes.
En las arañas de los juncos crece y llora un mendicante
corazón de amor, y un ardor de mujeres estropeadas
por una fiebre oscura se sumerge en el cristal
podrido de la maraña.
arriba, el trueno canta, pero ya derrotado por el
deplorable amor de estos hombres.
III
La muerte había largado toda su sangre en el estero.
De golpe sentí terror frente al corredor donde soñaban
los hombres bebidos con un alcohol descolorido
y amargo.
¿Y los otros? Los del sol, los ciudadanos del movimiento
y del orden, ¡qué conocen el sol! Solo un día
impuro y grosero, sus irradiaciones para mercaderes,
sus brillantes exteriores ajados por el espacio.
IV
Las Estafas vomitaban en la muerte del día, y sólo las
amparaban los pantanos mas negados por el sol.
El trueno había caído, pudriéndose en el único rincón
maldito del estero.
Sólo en el techo de alguna palmera el espeso mear de
un tigre se recogía, encendiendo una gran lámpara
que ayudaba a maravillarse a la pradera.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario